“¿A qué piso va?”
“Al ocho, por favor”
“¿A qué piso va?”
“Planta baja”
“¿A qué piso va?”
“Mezzanine 2, si es tan amable”
“¿A qué piso va?”
“Al tres, no perdón, al cuatro…¡Ay, ya no me acuerdo! Déjeme en el tres y si no es ahí subo un piso más, me hace falta el ejercicio”
Esta es mi vida. Ocho horas diarias repitiendo el mismo mantra y apretando los mismos botones. Mi nombre es Ascensión y soy el que hace que este elevador suba y baje de 5:00 am a 1:00 pm en un hotel relativamente nuevo y sin estilo, como la clase política dominante del país.
Aunque pudiera pensarse lo contrario, no me aburro en mi trabajo, cada vez que sube o baja alguien me impongo el reto mental de grabar con memoria fotográfica todas y cada una de sus facciones, acciones y prendas. Al final del día las escribo en una libreta, luego corto las palabras y las lanzo al aire para componer poemas Dadaístas sin sentido aparente.
“Camisa roja. Piernas largas. Lentes sucios. Hijo de papi. Agujetas doradas. Portafolio. Perro.”
“Besuqueo. Comida para llevar. Dedos ampollados. Nariz de caballo. Juguete portátil. Rasguño.”
“Falda negra. Rezando. Papelería. Jeans ajustados. Albino. Pelo en pecho. Sonrisa. Culta”
Y así por el estilo.
En las horas más flojas mi única compañía es éste banquito que parece haber sido traído de algún palacio Checoslovaco. Bueno, nunca he ido a Checoslovaquia, pero me imagino que los muebles allá deben ser de color rojo con cubiertas de vinilo y madera despostillada.
No me es permitido portar audífonos así es que tarareo canciones al ritmo del golpeteo de las patas del banco contra el piso del ascensor. Una vez hasta compuse una canción, la titulé “Concierto para un ciego, un sordo, un mudo y un castor” y aunque al principio me recordaba mucho al “Cielito Lindo” que se canta en los estadios, al final logré llevarla a territorios más experimentales. La terminé de componer con el sonido de mi cepillo de dientes al sacudirse de arriba hacia abajo dentro de mi boca esa misma tarde.
Odio que la gente se me quede viendo con extrañeza. Como si este trabajo pudiera volver loco a alguien. Como si cada vez que les pregunto “¿A qué piso va?” les estuviera impidiendo realizar una sencilla acción que no requiere intermediario. Una vez escuché a una señora decir: “¡Que curiosidad! Un elevador que aún tiene ascensorista!”, comentario que se me hizo completamente absurdo ¡Como si no todo elevador requiriera el noble trabajo de alguien como yo! ¡Como si pudiera concebirse un reloj sin relojero!
“Gritando. Traje gris Oxford. Sangre en las manos. Correa. Sobre amarillo. Mandolina Cruzado de brazos”.
Words: Homo Rodans.
One thought on “El Ascensorista”