Me escapé temprano del laboratorio. Estoy exhausto después de usar el método Walkley-Black con las muestras de cieno que Scotty recolectó parael doctor Thornton. Thornton es circunspecto y estricto, pero hoy me visitó cada hora, recordándole a Andy, el laboratorista que esté al pendiente de la trampa de líquidos peligrosos. Tuve que usar dicromato de potasio, y el doctor Thornton revisó mi equipo de seguridad hasta el cansancio. La aridez de su personalidad no logró ocultar que genuinamente se preocupó por mí.
Los errores intrínsecos del método los corrigen ellos, los cerebritos, con sus hojas de cálculo y sus análisis multivariante. Yo nada más soy su “robot orgánico”, como decían los russkies en la serie de Chernóbil.
4:30 PM y ya es crepúsculo. ¿Pueden creerlo? Estos días tan cortos son la locura. Por eso vengo aquí. La banda en la tarima elevada de The Harley sigue afinando y discutiendo con Dale, quién raya en la consola con su sharpie dorado niveles de los instrumentos. El guitarrista, un fanfarrón con botas winklepicker, ignora las recomendaciones de Dale. Este show se va a retrasar otra media hora. La baterista quiere cometer un crimen de odio; un ojo en una baqueta enmomiada con cinta de aislar, el otro a la espalda robusta del mamón solista y su Gibson imitación Oasis. La cantante y la tecladista están en la barra, gastando parte del rider por avanzado. Es la quinta vez que les voy a ver y no me aburro de su show. Me ven y levantan su vaso. Respondo el saludo. Es el gesto más cálido que puedes lograr en este país.
“Vamos a estar bien”. Su voz temblando entre los copos de nieve. Miento y la abrazo de nuevo.
Abro los ojos después de dormir unos segundos. Me gusta la iluminación en este tugurio. Ya casi anochece en esta latitud, y las velitas son fuegos fatuos bailando. Bebida y una iluminación coqueta, todo lo que necesita la persona que viene a los conciertos.
Vuelvo a cerrar los ojos. La efímera luz que pasa por mis párpados me transporta a otros lados. Días que ya se fueron. Caras que ya no vemos. Brazos que ya no siento. Labios que ya no me susurran. El olor a gardenia, jazmín, y lavanda borra la ultrajante peste de cerveza derramada y aromatizante marca libre que caracteriza a The Harley. Si me concentro lo suficiente, puedo escuchar su voz.
“Todo un día en los jardines botánicos. Está padre que haya sol casi catorce horas, ¿no?” Le doy la razón mientras me concentro en separar correctamente la basura. No entendí en ese momento la mirada en sus ojos.
-¡Chef!
Abro los ojos y ni me pide permiso, ya se sentó enfrente de mí.
-Chef.- respondo, tratando de inútilmente de recordar su nombre.
-Perdón si te desperté. ¿Fue mucho trabajo hoy?- saca de su abrigo, tieso por una ausencia de lavadora en su vida, unos cacahuates horneados. Me ofrece pero digo no. Toma un bocado entero y su boca asemeja una ardilla regordeta.
-Hay que perseguir el bolillo- respondo mientras tamborileo mis dedos índice y medio en la mesa pegajosa.
-¿Perdón?
-Es parecido a decir “earning my keep”. Debe haber una traducción más acertada, pero estoy muy cansado, ¿me entiendes?
-Sí, sí. Sin problemas. ¿En serio no quieres un cacahuate?
-No por el momento-.
Empieza a atragantarse y bebe un poco de su Guinness. Se chupa los dientes al ver que no partió la G. Voy a decir algo, pero suena ‘Bandits’ de Reverend and the makers, justo el momento donde pregona “there’s always tomorrow, mate!“. Señalo con mi índice la rocola, con mi “sonrisa Clarkson”, como ella denominó a mi sonrisa afectada.
-Demasiada coincidencia- me dice al lamerse la espuma de la Guinness alrededor de sus labios. Su lengua empujó un poco de espuma a su nariz y no se da cuenta de ello. ¿No le dará comezón?
Le acepto unos cacahuates. Realmente se le pasó la sal. Me salva el vaso de perry, una sidra de pera opaca y llena de sedimentos, como debe ser. Visualmente es un horror primigenio, pero el sabor justifica todo.
-Siempre te gusta este lugar, ¿verdad?
-Sí, tienen bandas interesantes.
Se ríe y se pasa los dedos para quitarse un sudor que no existe.
-No, me refiero a que te gusta esta mesa en particular- dice al palmear la mesa. Sus cacahuates se derraman y se unen al resto de cadáveres de botanas que la gente deja por doquier.
No respondo y me llevo el vaso de perry a la boca. Pienso bien lo que voy a decir, porque a final de cuentas, ¿quién es la persona frente a mí? Jamás nos hemos presentado formalmente, pero siempre hablamos.
-Antinodos.
-¿Perdón?
La espuma en su nariz se desliza hacia los delgados pelos de su inexistente bigote. Me acomodo y preparo mi explicación.
-Piensa en una guitarra, como la Gibson pintada con el Union Jack en el escenario.
-Se llama Union Jack cuando está en un barco. Aquí es Union Flag.
-Bueno, la Gibson imitación Noel Gallagher. La del fanfarrón que discute con Dale. De nuevo.
-Ok.
-El puente y la cejuela son nodos. Al momento que una persona pone un dedo en un traste, el nodo cambia de posición, y la cuerda vibra a una frecuencia distinta, dando diferentes notas. En el nodo no hay amplitud de la onda. En los antinodos, la amplitud es máxima.
Su respuesta es otro trago de Guinness. El líquido resbala por el mentón y saco un pañuelo de mi bolsillo porque aparentemente no existen las servilletas en este país. Me da las gracias y se limpia como si fuera la primera vez que usa un pañuelo. Explica las manchas oscuras en sus mangas, supongo.
-Riva, una amiga húngara que trabaja su posdoctorado de audio, trajo una vez sus artilugios exóticos y me demostró que estaba correcta mi suposición: la naturaleza escalena de The Harley tiene un antinodo en este espacio particular.
-¿En esta mesa?
-Más o menos. Realmente está acuyá-. Señalo el barandal junto a los dos escalones necesarios para llegar al pequeño solario donde nos encontramos.
-¿Y qué hacemos aquí?
Me quedo viendo fijamente al barandal, concentrándome en días que ya se fueron. Caras que ya no vemos. Brazos que ya no siento. Labios que ya no me susurran. Un suéter de lana color café colgado en ese barandal.
-¿Hola? ¿Bienvenido a la tierra? ¿Sigues ahí?
Bebo de la perry y toso por los sedimentos que rasguñan mi garganta antes de descalabrarse por mi esófago. Le doy unos golpecitos a mi silla. “Aquí está mullido el asiento. Acuyá tienes que esquivar a los chelsea daggers o pasarte la noche con las rodillas adoloridas.”
-Ya, ya- toma su Guinness a medio terminar y antes de tomar, me pregunta: ¿Chelsea daggers?
Tarareo la canción de The Fratellis y hago una voz gutural, como si fuera un Neanderthal vestido con una camisa almidonada y piel rojiza por no usar protector.
-Se pierden en un mar de lager los sábados por la noche y rondan por la noche, torpes en sus movimientos y salvajes en sus modales.
-¿Ah?
Vuelvo a la voz de Neanderthal: Ugh. Lager. Beber. Ugh. Fut. Arsenal. Manchester. Leeds United. Ugh. Beber. Ugh. Mujeres. Ugh. Beber. Ugh. Kebab.
Vuelvo a tararear el estribillo y sorpresa, sorpresa, la rocola tiene la canción a todo volumen.
-Me gusta esa canción- mueve su cabeza antes de rematar la Guinness.
***
Riva traía una playera naranja de Kasabian y unos pantalones de mezclilla negros, percudidos tras años de fiel servicio. Su cabello, un maelstrom castaño y rubio, medianamente asegurado con una liga de cabello. La dueña del Harley ya nos conocía y tenía interés en la prueba de acústica.
“Quieto, kisördög, ahí no es tu conexión” Riva termina de fijar los cables de los sensores. Tiene una sonrisa educada para ocultar que está cansada. No sólo por el posdoctorado, pero la preparación de la boda.
“No tenías que molestarte, es una teoría tonta”.
“Es lo menos que podía hacer”, me responde, mientras calibra los sensores por última vez. El aparato prende, la pantalla, parecida a un osciloscopio, está lleno de ondas. Riva se mueve alrededor del solario y cuando llega al barandal, sonríe y aprieta un botón. Kate ve la señal que Riva hace con la mano y prende la bocina en la tarima del escenario principal. La apaga cuando Riva cierra el puño, y luego lo abre. Kate prende ahora la rocola, y la apaga cuando ve el puño cerrado. Esperamos unos momentos y un pequeño papelito, parecido a un recibo de Sainsbury’s, sale del dispositivo con pinta más costosa que la colegiatura de dos incautos en esta universidad.
“No hagas tu carita de Clarkson”, me dice, al acercar la mano a mi boca para quitarme la sonrisa afectada. Se detiene antes a unos centímetros y decide mejor poner su mano en mi hombro, apretando ligeramente.
Alguien tiene que romper el silencio incómodo. “Es lo mejor” le digo. “Con él sí serás feliz.” A pesar de la barrera cultural, siempre fuimos directos uno con el otro. El anillo de compromiso vale seis meses de mi sueldo, y jamás pensaría en reparar en un costo así. Él sí lo hizo. Lo que vivimos ya no existe. Le repito que estaré bien.
“Cuando nos quieras visitar, estarás en buena venida” dice esforzándose con su español, que ha mejorado en los últimos meses. Yo sé que lo dice por educación y no por convicción. Todavía duele, pero entendí a la larga que ahí no era.
Kate, la dueña de The Harley nos invita la comida y platican tendido sobre la acústica del lugar, anotando unas posibles mejoras para que Dale sea aún mejor en su trabajo. Terminamos nuestros platillos y le ayudo a empacar. Llevaremos todo de regreso al edificio Walton cuando terminos el budín sticky toffee y el té.
La caminata fue silenciosa, en ese ardiente sol de mayo. Quería decirle tantas cosas, pero sólo me servirían a mí de catársis, no a ella. El portero de la recepción nos ofrece llevarse todo al elevador de carga y ella me abraza de despedida. No lo decimos, pero entendemos que esto es el adiós.
Me regreso a The Harley y Kate está purgando un barril de cerveza. “Oye, tu bird olvidó su suéter” me dice apuntando hacia el barandal. Me abalanzo, lo tomo y corro de regreso al edificio Walton. Cuando llego a su oficina, me doy cuenta que Riva ya se había llevado todas sus cosas.
Adam, un compañero suyo, asoma la cabeza tras la mampara azul de su escritorio y me pregunta “¿no se había ido a Chile hace dos semanas?” Le digo de las mediciones que acabamos de hacer. Dice un “ah” seco, abriendo mil y un posibilidades. Adam se esconde como un perrito de la pradera.
El caudal de recuerdos me pega antes de sollozar. El viaje a la ciudad amurrallada, buscando en cada recoveco marcas de batallas. La vez que acampamos cerca del lago finnes ike y su helada agua color zafiro. El día que me enseño a hacer goulash y yo hice pozole. Cuando nos perdimos en el metro de…¿cuándo pasó eso? Yo nunca me perdí en el metro con Riva. Ella siempre se orientaba muy bien. Creo que estoy confundiéndome con…
Adam me pone la mano en el hombro, apretando ligeramente. “There’s always tomorrow, mate“. Veo su taza de té Yorkshire, con la leyenda “Conviértete en la mejor versión de tí mismo”. La sudadera negra de la sociedad de Microbiología le queda guanga, pero nunca se entera el niño este.
Le doy las gracias y me repito “ahí no era”. Escucho en el pasillo, ya un poco lejos de la oficina, que Adam canta Chelsea Dagger.
***
“¿Puedes bajarle el volumen a tu fookin’ guitarra de una vez?” la baterista explota finalmente y el guitarrista se va al baño al ver que nadie lo defiende. Hay un vaso desbordando perry enfrente de mí.
“Chef, ¡te nos fuiste por unos momentos!”. Su Guinness tiene la G partida a la mitad perfectamente y espera a que le felicite. Levanto las cejas en aprobación. Hay una bolsa de papitas de queso con cebolla y una de pork scratchings enfrente. La costumbre es que si la abren por parte de atrás y extienden la envoltura como plato improvisado, te están ofreciendo que comas cuanto quieras. Después de unos tragos, me pregunta: “¿Cómo se llamaba tu bird?”
Dale le sube el nivel del sintetizador, una nota Fa inunda completamente a The Harley. Reverberada, con mucho eco y un poco de delay. Repaso todas las memorias felices que tuve con ella. Dudo por un momento si todas son reales, pero, ¿importa acaso? Sonrío con un poco de confusión y le digo honestamente lo que pasó:
-No me acuerdo su nombre- la realización me duele más de lo que aparento.
-¿Ves? Ahí no era, mate.
El bajo se desliza en ritmo con la batería tersa. La cantante nos hipnotiza con su voz distante, ligeramente modificada por un Kaoss pad que tintinea sus palmas. Las luces se van apagando, las velas ya son fuentes de humo negro y nos perdemos en la música. A lo lejos, un letrero parcialmente tapado por una lámpara de buffet dicta “Conviértete en la mejor versión de tí mismo.”
–Sam J. Valdés López

